Por : María Jimena Duzan
Desde el primer momento en que Gustavo Petro ganó las elecciones me pregunté si la democracia colombiana, tradicionalmente tan excluyente y reacia a los cambios, estaba lista para un gobierno de izquierda. Me asaltaba el temor de que las élites políticas y empresariales que habían crecido durante el conflicto y que habían aprendido a convivir con la ilegalidad y la violencia, fueran a oponerse a la agenda de cambio de la misma forma como lo hicieron con las reformas del 36 de López Pumarejo y luego con la reforma agraria de Carlos Lleras Restrepo.
Pensaba que esas élites se iban a oponer con todo su poder a la agenda de cambio y que ese iba a ser el gran desafío del primer gobierno de izquierda de Colombia.
Casi dos años después ya no pienso lo mismo. Ahora me asiste el temor de que sea la izquierda que lidera el presidente Petro, la que no esté lista para entender el momento que vive Colombia.
El día que Gustavo Petro ganó las elecciones presidenciales me encontré de sopetón con el senador Iván Cepeda en el Movistar Arena, el lugar escogido por la campaña de Petro para festejar el triunfo. La gente estaba pletórica y se le veía empoderada, como si por fin una suerte de justicia histórica los hubiera sacado del ostracismo y de la estigmatización en que siempre estuvo la izquierda en Colombia. En medio del festejo, me sorprendió ver al senador Cepeda más preocupado que contento. Le pregunté cuál era la razón para su parquedad en estos momentos de gloria. Entonces subió las cejas y me respondió: “Es que ahora viene lo más difícil. Ahora nos toca gobernar”.
Dos años han pasado del gobierno de Gustavo Petro y esa preocupación que tenía el senador Cepeda de que la izquierda no supiera gobernar un país que venía pidiendo cambios, pero que estaba dividido y polarizado desde que se firmó el acuerdo de paz en el 2016, ya no es un temor sino una realidad.
El presidente insiste en decir que la razón por la que su agenda de cambio está estancada es porque los poderes de siempre se han unido para frenarla, y que a su gobierno le ha tocado de manera heroica salir a defender su proyecto en las calles de una cleptocracia que no quiere que el pueblo se beneficie de esa revolución social.
La verdad es que la agenda de cambio se le está embolatando a Petro más por sus errores a la hora de gobernar que por la oposición de los de siempre.
Los de siempre, es decir, la derecha que hoy está huérfana de poder, anda muy desarticulada desde que su líder Álvaro Uribe fue llamado a juicio por delitos muy graves. Como ese vacío que ha dejado el expresidente no se ha llenado aún, Petro prácticamente ha gobernado sin oposición en sus dos primeros años de gobierno, una suerte que no tuvieron ninguno de sus antecesores. Ni Uribe, Ni Santos, ni Duque.
El presidente logró además que el uribismo accediera a entrar en la paz total y hasta hoy ese grupo político tiene representantes en varias de las mesas de negociación que adelanta el gobierno de izquierda. José Felix Lafaurie, uno de sus más importantes fichas, forma parte de la delegación del gobierno con el ELN y fue el artífice junto con Iván Cepeda de un acuerdo con el ministerio de Agricultura para impulsar la reforma agraria en Colombia, la única de todas las que prometió que puede hacer sin necesidad de pasar por el Congreso.
¿Quién se iba a imaginar que en el primer gobierno de izquierda, el congreso iba a aprobar una de las reformas más duras en materia de impuestos a los que más tienen y que encima de eso iba a hacer una acuerdo con los ganaderos para sacar adelante la reforma agraria?
Sin embargo, la reforma agraria, a pesar de que tiene el consenso con los que siempre se opusieron a ella, va a paso de tortuga. Según un informe de Pares y forjando Futuros, durante el gobierno de Iván Duque se restituyeron más tierras que en lo que va del gobierno Petro. A pesar de que el ministerio tiene hoy un presupuesto de nueve billones de pesos, las hectáreas que se han comprado hasta ahora no pasan de 40 mil. Las tierras que la SAE incautó a los narcos todavía no han sido tituladas a los campesinos sin tierra.
El gobierno Petro no puede decir que son los terratenientes los que tienen la reforma agraria caminando a paso de tortuga, porque esta vez ellos están de su lado. Pero claro, es más fácil echarle la culpa al sistema, a los que detentan el poder y a los tecnócratas, que a su falta de pericia a la hora de gobernar. Si la reforma agraria no avanza, el responsable es el gobierno que no ha podido sacarla adelante.
Hay que reconocerle al presidente que puso al país en modo reforma y que hoy esa es la gran conversación nacional. Las dos reformas que han visto la luz, la reforma tributaria y la reforma agraria, las logró plasmar a través de acuerdos políticos con los empresarios y con los dueños de la tierra, que se sentaron a negociar con el primer presidente de izquierda.
Cuando Petro negocia acuerdos políticos, logra sacar adelante sus reformas. Pero cuando rompe los consensos y desconoce lo acordado, demuestra que anda perdido en el poder y que prefiere anteponer su ego antes que buscar un consenso. Un presidente de izquierda no se puede medir por sus imposiciones sino por sus acuerdos y este país quiere acordar con él, pero él no se da cuenta. De eso se trata el acuerdo nacional y la paz total, de tender puentes para construir entre todos un país mejor.
Este país no es el mismo que rechazó las reformas del 36, ni el que hizo la constitución del 91, que no se pudo implementar sino por pedacitos porque terminó secuestrada por los poderes políticos que no querían el cambio. El país de hoy tiene unas instituciones más maduras y sólidas de lo que muchos imaginamos. Si el presidente no se hubiera enredado en sus cables y no hubiera destrozado la coalición inicial presentando una reforma a la salud que no había sido consensuada en el congreso, hoy su agenda reformista sería su mayor logro.
Afortunadamente, hay voces en la izquierda que le están empezando a recordar a Gustavo Petro para qué fue que la izquierda llegó al poder. Me refiero a voces como la del senador Iván Cepeda, quien de manera ecuánime y sosegada le está diciendo al presidente que gobernar no es imponer y que la búsqueda de consensos en torno a los proyectos de cambio debe ser el norte de un gobierno que quiere transformar el país.
El presidente dice que está en una gesta heroica, luchando contra unas élites que se oponen a sus grandes reformas. No se da cuenta de que este país no quiere la confrontación, no quiere más polarización y en lo único que está de acuerdo es en la necesidad de hacer unas reformas sociales. Pero él no oye a nadie. —- Revista Cambio —
María Jimena Duzan
Foto: Atalayar
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