Tomar onces: de código monástico a símbolo de la identidad colombiana

En Colombia, pocas tradiciones evocan tanta calidez y arraigo como “tomar onces”. Esta pausa, acompañada de café, chocolate caliente, arepas o almojábanas, es más que un simple refrigerio: es un ritual social que une a familias, amigos y colegas. Sin embargo, detrás de esta costumbre tan cotidiana se esconde una historia fascinante, un origen que mezcla picardía, religión y la evolución del lenguaje, como revela un reciente artículo de BluRadio.

Según la tradición oral, la expresión “tomar onces” nació en los conventos franciscanos de Bogotá, donde los monjes, ingeniosos y discretos, usaban este término como un código para referirse al aguardiente. En una época en la que consumir alcohol era mal visto dentro de los círculos religiosos, los seminaristas encontraron en la palabra “onces” —por las once letras de “aguardiente”— una forma de disfrutar su bebida sin despertar sospechas. Aunque esta anécdota no está documentada oficialmente, su popularidad en el folclor colombiano le otorga un encanto único, como si cada taza de café en las onces actuales llevara consigo un guiño a esa rebeldía monástica.

Lo que comenzó como un secreto religioso se transformó con los años en un pilar de la cultura colombiana. Hoy, “tomar onces” trasciende su origen etílico para convertirse en sinónimo de encuentro y hospitalidad. En las frías tardes de Bogotá, Boyacá o Nariño, las mesas se llenan de panes recién horneados, queso derretido y conversaciones que van desde lo cotidiano hasta lo profundo. Esta evolución refleja un fenómeno cultural fascinante: cómo una práctica puede desprenderse de su contexto original para adoptar un significado nuevo, más amplio y universal.

Sin embargo, esta historia también invita a reflexionar sobre la riqueza del lenguaje y su capacidad para adaptarse. En un mundo donde las tradiciones se globalizan y muchas costumbres locales corren el riesgo de diluirse, “tomar onces” se mantiene como un recordatorio de la identidad colombiana. Es un acto sencillo pero poderoso, que no solo sacia el hambre, sino que alimenta los lazos humanos. En un país marcado por la diversidad y los contrastes, las onces son un punto de encuentro, un espacio donde las diferencias se desvanecen frente a una taza humeante.

Quizá el verdadero “secreto” de tomar onces no radica solo en su curioso origen, sino en su capacidad para perdurar y reinventarse. Mientras los colombianos sigan reuniéndose alrededor de una mesa para compartir un pedazo de pan y una historia, esta tradición seguirá siendo un reflejo de lo que somos: un pueblo que encuentra en lo simple una excusa para celebrar la vida.

Fuente: BluRadio –

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