El exguerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Helí Mejía Mendoza, conocido como Martín Sombra, falleció el 19 de mayo de 2025 en la cárcel La Picota de Bogotá, donde estaba recluido desde 2020. Su muerte marca el fin de una figura emblemática y controvertida del conflicto armado colombiano, célebre por su papel como el “carcelero” de la guerrilla. Aunque las circunstancias exactas de su deceso no han sido completamente esclarecidas, se sabe que enfrentaba nuevos cargos por secuestro extorsivo, un delito cometido tras su liberación en 2017 bajo los beneficios del proceso de paz.
Martín Sombra nació en un contexto de violencia que definió su trayectoria. Hijo de un guerrillero liberal asesinado durante La Violencia de los años 50, cometió su primer homicidio a los 10 años y se unió a las FARC en 1966, siendo aún menor de edad. Durante sus más de cuatro décadas en la guerrilla, escaló posiciones bajo el mando de líderes como Manuel Marulanda y Mono Jojoy, consolidándose como una figura clave.
Su notoriedad creció por su rol como custodio de secuestrados de alto perfil, entre ellos la excandidata presidencial Ingrid Betancourt y Clara Rojas, así como miembros de la Fuerza Pública. Sombra era responsable de campos alambrados en la selva, donde los cautivos eran mantenidos en condiciones inhumanas, un capítulo oscuro que lo convirtió en símbolo de los horrores del conflicto. Además, participó en acciones violentas como tomas guerrilleras a poblaciones y bases militares, reforzando su reputación temida dentro y fuera de las FARC.
Capturado en 2008, pasó casi una década en prisión hasta su liberación en 2017, gracias a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), creada en el marco del Acuerdo de Paz de 2016. Sin embargo, su libertad duró poco: en 2020, fue recapturado en Caquetá por su presunta participación en un secuestro extorsivo, lo que lo llevó de vuelta a La Picota, donde murió.
La muerte de Martín Sombra cierra un capítulo doloroso en la historia de Colombia, pero también plantea preguntas sobre el proceso de reconciliación. Para las víctimas de las FARC, su fallecimiento puede ser un alivio simbólico, aunque también una fuente de frustración por las verdades no reveladas que se llevó a la tumba. En el ámbito político, su deceso podría avivar debates sobre la efectividad de la justicia transicional y la reincidencia de exguerrilleros, especialmente tras los beneficios otorgados por el Acuerdo de Paz.
Mientras algunos sectores podrían interpretar su muerte como el fin de una era de violencia, otros podrían cuestionar si los mecanismos de paz han logrado evitar que figuras como Sombra reincidan en el crimen. Su paso por la JEP y su posterior recaptura resaltan las tensiones entre justicia, reparación y reintegración en un país aún marcado por las heridas del conflicto.
En definitiva, Martín Sombra deja un legado imborrable como recordatorio de los años más oscuros de Colombia y de los desafíos pendientes en el camino hacia la paz y la reconciliación. Su muerte, ocurrida tras una vida dedicada a la guerra y el crimen, invita a reflexionar sobre el costo humano del conflicto y el futuro de una sociedad que busca sanar.—W Radio —
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