Los verdaderos liderazgos que nos permiten crecer como sociedad

Por: Ct. Álvaro Eduardo Farfán Vargas

El liderazgo es un concepto que ha sido objeto de estudio y análisis a lo largo de la historia. Sin embargo, en tiempos recientes hemos sido testigos de cómo algunas figuras visibles han optado por estrategias que socavan los principios fundamentales que debería encarnar un verdadero líder. El desprestigio y las alianzas oscuras emergen como herramientas para obtener ventajas a corto plazo, pero son contrarias a la esencia genuina del liderazgo.

En esta columna, abordaré desde una perspectiva sociológica cómo el verdadero liderazgo se basa en la integridad, la transparencia y el respeto hacia los demás, sin recurrir a tácticas nocivas.

Un líder auténtico es aquel que inspira confianza y motivación en su equipo. Su liderazgo se fundamenta en una comunicación clara y honesta, con expectativas bien definidas y valores compartidos. Los líderes efectivos no solo dirigen desde la cima, también escuchan y aprenden de quienes los rodean. Allí donde reina el desprestigio, se instaura un ambiente tóxico que ahoga la creatividad, obstaculiza la colaboración y frena el progreso colectivo en cualquier contexto social.

Este tipo de liderazgo nocivo no solo afecta a quienes lo padecen, sino que también perjudica al propio líder. En lugar de consolidar su posición, recurrir al desprestigio genera desconfianza y aislamiento. Las alianzas oscuras —aquellas que se fraguan al margen de la ética— también representan un grave riesgo. Suele tratarse de pactos cimentados en intereses personales, no en principios, lo que termina debilitando la cohesión del grupo y promoviendo un clima de desconfianza generalizada.

Una de las prácticas más corrosivas en este tipo de liderazgo es el uso de la difamación para destruir la credibilidad del otro. Ya sea a través de rumores, tergiversaciones, ataques personales, mensajes anónimos o comentarios despectivos, estas tácticas suelen revelar más sobre las inseguridades del emisor que sobre las supuestas fallas del objetivo.

Descalificar a competidores o colegas no solo genera un entorno hostil, sino que empobrece la cultura organizacional. Un verdadero líder entiende que el crecimiento personal no debe basarse en la caída del otro. El verdadero camino está en la cooperación, en la construcción de redes de respeto mutuo y en el aprendizaje compartido.

Las alianzas oscuras pueden parecer atractivas al ofrecer una falsa sensación de fuerza o respaldo, pero suelen estar construidas sobre bases frágiles. Quienes participan en ellas, tarde o temprano, enfrentan las consecuencias de haber priorizado el beneficio personal por encima del bienestar colectivo.

Un líder que opera desde la sombra y emplea estrategias manipulativas termina por enfrentar el aislamiento y la pérdida de credibilidad. En contraste, el buen liderazgo se edifica sobre relaciones saludables, conexiones sólidas y principios duraderos, capaces de resistir incluso los momentos más difíciles.

El verdadero liderazgo se cimenta en valores como la integridad, la humildad y la empatía. La integridad implica actuar de acuerdo con los propios principios, incluso ante la presión externa. La humildad permite reconocer errores, aceptar retroalimentación y mantener una disposición constante al aprendizaje. La empatía, por su parte, permite conectar con las emociones y experiencias de los demás, creando ambientes donde las personas se sienten valoradas, comprendidas y respetadas.

El liderazgo ético fomenta entornos donde florecen la innovación y la creatividad. Las organizaciones que operan con transparencia tienden a atraer y retener talento de calidad. Se eleva el bienestar emocional del equipo, disminuye la rotación de personal y mejora la productividad. A largo plazo, esto construye una reputación sólida tanto para el líder como para su organización.

Hoy, más que nunca, el liderazgo enfrenta desafíos inéditos. La velocidad con la que circula la información y el impacto de las redes sociales han transformado la dinámica del poder. En este nuevo contexto, el desprestigio y las alianzas oscuras pueden parecer más eficaces, pero representan un alto riesgo para quienes optan por ese camino.

Los líderes de hoy deben ser conscientes de la trascendencia de sus actos. Tienen la responsabilidad de ser ejemplo, de promover un modelo de liderazgo que inspire a los demás. La integridad y la transparencia deben estar en el centro de toda práctica de liderazgo, pues son ellas las que garantizan una cultura organizacional saludable y resiliente.

El verdadero liderazgo no necesita del desprestigio ni de acuerdos oscuros para ejercer su influencia. Se sostiene en valores sólidos como la honestidad, la coherencia y el respeto. Los líderes que adoptan esta vía pueden transformar no solo sus equipos, sino también a las comunidades y organizaciones que impactan.

Necesitamos promover un nuevo modelo de liderazgo que rechace las prácticas dañinas y abrace los principios éticos como pilar. Solo así podremos construir un futuro más justo, humano y esperanzador. En un mundo cambiante, la necesidad de líderes auténticos nunca ha sido tan urgente. Son ellos quienes, con su ejemplo, nos guiarán hacia el éxito compartido y el bienestar colectivo.

Un verdadero líder educa con el ejemplo e ilumina a los demás con su carisma y los resultados obtenidos por su trabajo, sin necesidad de apagar la luz ajena para intentar brillar.

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