La prevención como herramienta clave en la mitigación integral del riesgo

Por: Ct Alvaro Eduardo Farfán Vargas

La gestión del riesgo se ha convertido en un imperativo en un mundo cambiante, cada vez más complejo y lleno de incertidumbres. Desde desastres naturales hasta crisis económicas y sanitarias, la forma en que las sociedades abordan estos desafíos determina su conocimiento oportuno, reducción del riesgo, manejo de emergencias y capacidad de recuperación. En este contexto, la prevención emerge como una herramienta fundamental en la mitigación integral del riesgo. Considero, desde mi experiencia personal a lo largo de los años en el desempeño de mis funciones misionales afrontando retos, realidades y muchas frustraciones, que la prevención es esencial para construir resiliencia y garantizar un futuro más seguro para las comunidades.

Muchos expertos en el tema definen la prevención como las acciones y estrategias diseñadas para evitar o minimizar el impacto de eventos adversos. Estas medidas se implementan antes de que ocurran los eventos. En el ámbito de la gestión del riesgo, esto implica identificar riesgos potenciales, evaluar sus impactos y desarrollar políticas que reduzcan la vulnerabilidad. Esta perspectiva es especialmente relevante en la actualidad, donde el cambio climático, la urbanización desmedida y la globalización han multiplicado los riesgos a los que se enfrentan las sociedades.

La mitigación integral del riesgo, por otro lado, se basa en un enfoque holístico que considera diversas dimensiones —social, económica, ambiental y tecnológica— en la gestión del riesgo. La idea es que una acción preventiva efectiva no solo reduce la probabilidad de ocurrencia de un evento adverso, sino que también mejora la capacidad de respuesta de las comunidades afectadas.

La prevención juega un papel crucial en la reducción de pérdidas humanas y materiales. Por ejemplo, en el ámbito de los desastres naturales, medidas como la planificación urbana adecuada, la construcción de infraestructuras resistentes y la educación de la población pueden marcar la diferencia entre una tragedia y una recuperación exitosa. En países propensos a terremotos, como Japón, la implementación de normas de construcción estrictas ha sido fundamental para reducir la cantidad de víctimas fatales en eventos sísmicos.

Asimismo, en el contexto de crisis sanitarias, como la nefasta enseñanza que dejó al mundo la pandemia de COVID-19, se evidenció que las inversiones en salud pública y sistemas de alerta temprana son esenciales para prevenir la propagación y mitigar el impacto de enfermedades. La disponibilidad de vacunas y la promoción de prácticas de higiene fueron determinantes en la contención de la pandemia, demostrando que la prevención también salva vidas.

A pesar de su importancia, la implementación de estrategias preventivas enfrenta numerosos retos. Uno de los principales obstáculos es la falta de recursos financieros y humanos. Muchos países, especialmente aquellos en vías de desarrollo como el nuestro, carecen de los fondos necesarios para invertir en infraestructura, programas educativos y el fortalecimiento adecuado de los organismos operativos. Esto limita su capacidad para implementar medidas efectivas de prevención y manejo.

Otro desafío es la resistencia al cambio. Muchas veces, las comunidades locales tienen comportamientos arraigados que dificultan la adopción de nuevas prácticas preventivas. Además, la falta de información y educación sobre los riesgos específicos que enfrentan también contribuye a la apatía y la inacción.

Finalmente, existe una problemática inherente a la percepción del riesgo. A menudo, las personas subestiman la probabilidad de que ocurra un evento adverso, lo que lleva a una inacción colectiva. Las experiencias recientes con desastres naturales ponen de manifiesto cómo la complacencia puede ser un enemigo significativo de la prevención.

La realidad es que, aunque la prevención es fundamental, no es la única respuesta ante el riesgo. Las sociedades deben adoptar un enfoque integrado que contemple tanto la prevención como la preparación, la respuesta y la recuperación. Esto significa que, si bien es crucial prevenir, también es necesario tener planes de contingencia y capacidades de respuesta ante eventualidades, basados en una evaluación adecuada de los diferentes escenarios de riesgo.


La colaboración y el trabajo transversal entre entidades territoriales, regionales, nacionales, organizaciones no gubernamentales, empresas privadas y comunidades son esenciales para fortalecer la prevención. Las alianzas público-privadas pueden movilizar recursos y conocimientos especializados que potencien la implementación de medidas efectivas. Asimismo, la participación comunitaria en la planificación y ejecución de estrategias preventivas garantiza que las soluciones sean sostenibles y adaptadas a las realidades locales.

En conclusión, la prevención se presenta como una herramienta clave en la mitigación integral del riesgo, crucial para salvaguardar la vida, el bienestar de las comunidades y el medio ambiente. Aunque enfrenta desafíos significativos, su importancia no debe subestimarse. Es vital que los sectores público y privado trabajen juntos para promover una cultura de prevención, sensibilizando a la población sobre los riesgos y fomentando la adopción de prácticas seguras.

La realidad actual exige una revalorización de la prevención como parte central de cualquier estrategia de gestión del riesgo. Solo así, las sociedades podrán construir un futuro más seguro y resiliente ante los desafíos inherentes a un mundo cambiante. La prevención no es simplemente una opción ni un gasto innecesario, sino, por el contrario, una necesidad real ante la magnitud de los riesgos que enfrentamos diariamente.

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