Déjame ver lo que publicas y te diré quién eres

Por: C.T. Álvaro Eduardo Farfán Vargas

Cada vez que leo las múltiples publicaciones que aparecen en redes sociales o en diferentes medios, trato de hacerme una imagen mental y psicológica de quién es el autor y cuál es el móvil real que lo llevó a redactar su escrito.

Algunas publicaciones llevan al aprendizaje o la reflexión, pero otras, por el contrario, son exteriorizaciones de odios, resentimientos, frustraciones, egoísmos, envidias, arrogancias, demagogias, intereses particulares o narcisismos en su máxima expresión.

Se ve, igualmente, a quienes, a pesar de todo, tienen la honorabilidad y valentía de, por lo menos, hacerlo de frente, sin la necesidad cobarde de recurrir a la clandestinidad malintencionada de esconderse detrás de la creación de perfiles o correos falsos.

Otros padecen de lo que he catalogado de manera jocosa como el “síndrome del loro”, porque simplemente repiten o replican cuantos disparates encuentran por ahí, sin tomarse el tiempo prudente ni la objetividad de cerciorarse de la veracidad de la fuente. Les gusta armar “bochinches” porque creen ciegamente en todo lo que leen, como si estos fueran escritos de libros sagrados, resultado de la inspiración divina de arcángeles celestiales.

No puedo negar que algunas publicaciones me divierten por su contenido alocado, y otras, basadas en teorías conspirativas que serían la envidia de los grandes libretistas de Hollywood, me hacen, por el contrario, analizar qué pasa realmente por la mente de esas personas que escriben sin medir el impacto y las consecuencias que pueden generar sus publicaciones. Y, como si fuera poco, existe una cantidad de incautos que “comen entero” y fomentan la réplica de estas prácticas deshonestas y poco éticas, que solo conllevan a la desinformación.

Hoy en día, de manera irónica, es más sencillo volverse influencer saliendo en ropa interior, con un trapo en la cabeza, bailando reguetón o consiguiendo millones de seguidores hablando lengua alienígena o creando blogs de chismes, que escribiendo o debatiendo de manera inteligente y con argumentos objetivos sobre temas de mayor relevancia, que de verdad sí deberían importarnos más y que podrían tener un resultado nefasto en el futuro de la humanidad. Por ejemplo: los efectos del cambio climático, el combate a la inequidad en el mundo, la amenaza de una posible guerra nuclear, y, en fin, muchos otros temas que sí requieren atención y ameritan involucrar a todos los actores sociales.

Precisamente, hace algún tiempo escribí una columna similar denominada *“Las responsabilidades éticas y legales sobre lo que publicamos o compartimos por redes sociales”*. Allí pude abordar un poco más a fondo este tema, desde una óptica más analítica, y sobre las implicaciones que estas pueden tener, no solo en el ámbito social, sino también legal. Pero hoy quiero ser más reflexivo sobre el tema e invitar a mis lectores a que no seamos el cesto de basura de los desechos de los demás. Seamos inteligentes, investiguemos, escuchemos versiones de diferentes fuentes antes de asumir posiciones viscerales o equívocas, para establecer una postura mucho más aterrizada y objetiva. Tratemos de buscar lecturas más constructivas, menos tóxicas, que nos permitan mejorar y aportar a nuestra sociedad, y ¿por qué no?, ser parte de la construcción de un futuro mejor para las nuevas generaciones.

El mundo necesita más empatía, amor, solidaridad, sentimientos de esperanza y memoria, para no olvidar la historia, donde los odios y la ignorancia nos han dejado enseñanzas de nuestros errores pasados, los cuales no debemos ni podemos seguir repitiendo.

Infortunadamente, es más fácil robar la luz de los demás que tratar de brillar con nuestra propia luz, y buscar convertirnos en seres inspiradores de cambios proactivos en beneficio común de nuestros contextos sociales.

Para concluir, debemos tener siempre algo claro: no perder, bajo ninguna circunstancia, nuestra tranquilidad ni sentir resentimiento por quienes buscan dañarnos. Pues, claramente, está demostrado que estas personas, en la oscuridad de su alma, sufren verdaderamente a causa de las quemaduras generadas por la luz que irradiamos.

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Crédito de imagen a su autor

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